Acostumbraba a soñar
cada noche contigo, a besar la almohada, soñando besar tus labios.
Arrojé mi armadura de guerrero al mar, para poder amar sin
medida, que aunque es la medida justa la que dicta que debo hacerlo sin medida,
sin miedo, sin temor a hacerlo bien o
mal.
Solía saltar los bordillos de las aceras, de la mano de mi
mamá. Solté su mano para agarrar la tuya, y aún estoy esperando a que cuentes
hasta tres para dar el primer saltito, para poder pisar los charcos, para
gritar “mira, ven” .
Pretendía hacer tantísimas cosas a tu lado, que todo se
quedó en nada, se quedó en el sueño de volver a besarte, a comerte a besos, a
pasarme horas mirándote a los ojos.
Levantaba mis días con un pobre “Buenos días” que venían
como respuesta a un genial “Buenos días princesa”
Me mordiste los labios, me hiciste soñar y cuando iba a
chocarme contra la pared, te apartaste, dejaste que me hundiera. Caí de las
nubes para caer en mitad de un corral de cerdos. Amarraste mi cuello como un
perro, para que fuera tu siervo y el amor, me dejo ciego del dolor.
Era un niño, por ti creí crecer y convertirme en un falso
hombre, deje de jugar a hacer castillos
de arena, para dibujar corazones los 14 de febrero. Dejaste de jugar conmigo en
el patio del colegio y ahí comprendí que todo había acabado, que preferías
jugar con él.
Éramos solo niños y pretendíamos ser mayores, y en lo único
que nos convertimos, fue en unos niños que habían perdido su infancia, en niños
que cambiaron risas y carcajadas, por llantos y depresiones.
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